Este trabajo es reproducido en Texcoco en el Tiempo con autorización de su autor. Las ideas expresadas son responsabilidad del mismo y no representan necesariamente las del Proyecto Texcoco en el Tiempo. El Proyecto abre este espacio a los investigadores independientes que tienen diferentes formaciones académicas con los objetivos de generar debate, reconocer labores y tender puentes entre distintas formas de estudiar el pasado.
Autor: R. Antonio Huerta Paniagua (Cronista Independiente).
JUSTIFICACIÓN
Los “tlatoanis” locales que de Texcoco escriben dirán que ya hay mucho escrito sobre el Molino de Flores, suficiente como para que la población texcocana tenga bien conocida su historia, leyendas y tradiciones, así como su arquitectura y otros aspectos. Pero aquí los maceguales no pensamos igual. Preguntándole a la gente de la localidad, sobre todo a adultos mayores, saben en dónde se localiza, saben que es un parque, que hay ruinas, que venden tlacoyos, que hay una fiesta, y otras cosas realmente superficiales. Y con respecto a los jóvenes, de este parque saben un poco menos que esto o casi nada. Por lo anterior, aunque parezca por demás u ocioso, presentaré a continuación algunos datos significativos de la historia del Molino de Flores que considero todo texcocano debe tener presente.
Pórtico o entrada principal al Molino de Flores. Circa 1889. Imagen tomada de: http://www.TexcocoEnElTiempo.org
Aproximadamente a tres y medio kilómetros hacia el oriente de la ciudad de Texcoco, rumbo a las comunidades de Xocotlán, San Nicolás Tlaminca, San Miguel Tlaixpan y otras, se encuentra el Área Natural Protegida y Parque Nacional Molino de Flores Netzahualcóyotl. Este Parque tiene actualmente una extensión de 55 hectáreas y aloja, como principal atractivo turístico, las ruinas de un antiguo batán y hacienda triguera y pulquera. Se afirma que el lugar que ahora es este parque nacional había sido parte de los jardines de Nezahualcóyotl. Se sabe también que en este sitio existió una comunidad prehispánica llamada Tuzcacuaco o Cuzcacuahco (lugar del águila de collar) cercana a la orilla norte del río que actualmente recibe el nombre de Coxcacuaco y que atraviesa todo el parque.
Pórtico o entrada principal a la Hacienda Molino de Flores. Fotografía de A. Huerta P. 2023.
Vista de ventanales y parte posterior del Tinacal. Fotografía de A. Huerta P. 2020.
LA HACIENDA EN EL VIRREINATO
Se tienen noticias de que en el año de 1567 a la orilla del río Coxcacuaco, al pie de la “Cuesta Grande”, por Merced Real otorgada a Joan Vázquez, éste, fundó un obraje de paños que incluía un batán (un lugar en donde se bate la lana para limpiarla y las telas para teñirlas). En ese lugar se producían sayales, jerguetas y mantas que ahí eran teñidas, así como alpargatas. Esa producción principalmente era para satisfacer las demandas de las órdenes religiosas que en ese entonces ya existían en la región.
Un fragmento de la Merced Real otorgada a favor de Joan Vázquez decía: “Don Gastón de Peralta por la presente en nombre de su Majestad y sin perjuicio de su derecho ni otro tercero hago Merced a Joan Vázquez vecino de la ciudad de Tezaico de un sitio de vatán…” (A.G.N. Mercedes, Vol. 9, f. 72).
Años después, a finales del siglo XVI, adquiere la propiedad Pedro de Dueñas, criollo, vecino de Texcoco y descendiente del soldado español Francisco de Dueñas, quien arribó a Nueva España en el año de 1527 acompañando a Francisco de Montejo. Este último llegaría a ser gobernador de Cozumel y Yucatán.
Pinturas murales en el interior del Tinacal. Fotografía de A. Huerta P. 2023.
Vista de la Calzada Principal hacia la Capilla de San Joaquín y la Casa Principal (casa de los dueños). Fotografía de A. Huerta P. 2020.
Pedro de Dueñas conservó el batán y años después solicitó los permisos correspondientes para establecer un molino, el cual le fue otorgado el 15 de junio de 1585 por el 6° Virrey de Nueva España, Pedro Moya de Contreras, mediante una Merced Real para fundar el “Molino de Tuzcacuaco” para la molienda de granos de trigo, aprovechando el remanente de agua de aquel original batán.
Un fragmento de la Merced Real otorgada a Pedro de Dueñas decía así: “Don Pedro Moya de Contreras Visorey y por la presente en nombre de su Majestad hago Merced a Pedro de Dueñas de un herido de molino en terrenos de la ciudad de Tezcuco en una hacienda que tiene fundada para batán en la parte que dice Tuscacoaco aprovechándose para la molienda del remanente de agua que sale de dicho batán lo cual por mi mandato y comissión fue a ver y vido Alonso de Villanueva Cervantes” (A.G.N. Mercedes, Vol. 13, f. 147).
En esos tiempos la demanda de cereales, principalmente trigo, en Nueva España se empezó a incrementar por el arribo de europeos, el crecimiento de la población y los altos costos de los granos traídos desde España. Consecuentemente, tanto el batán como el molino incrementaron sus producciones, obligando a extender la superficie de tierras para el cultivo de trigo, lo cual provocó que en el año de 1592 la comunidad indígena de Tuzcacuaco fuera desplazada y sus habitantes formaran tres comunidades: San Miguel Tlaixpan, San Nicolás Tlaminca y Xocotlán.
Para ese año, el de 1592, ya había fallecido Pedro de Dueñas, no se sabe en qué fecha, pero esto se deduce porque su cónyuge, María de la Cruz, en ese año, solicitó una Merced Real respecto a una caballería de tierras en términos del pueblo de Santiago sujeto de Tlalnepantla, y dicha solicitud la pidió como su viuda (A.G.N. Mercedes, Vol. 18, F. 125. vta.).
A la muerte de Pedro de Dueñas, su hijo, Pedro de Dueñas II, heredó la hacienda y continuó con la ampliación de la superficie de la propiedad hasta convertirla en una de las haciendas más grandes de la región de Texcoco. Se reporta que para ese mismo año la hacienda llegó a tener mil 795 hectáreas dedicadas principalmente al cultivo de trigo. Y con respecto a la infraestructura de la hacienda, para esas fechas ésta ya contaba con una represa construida en el lecho del río, el batán y otras edificaciones menores, construidas originalmente por Joan Vázquez. Por su parte, Pedro de Dueñas ya había ampliado los acueductos de salida del batán, construido el molino y las salidas de agua hacia el río Coxcacuaco.
El Colegio (la construcción de las cuatro ventanas), junto a la Casa de las Visitas. Fotografía de A. Huerta P. 2023.
Parte posterior de la Bodega, frente al Colegio. Fotografía de A. Huerta P. 2023.
El batán siguió funcionando por unos años más junto con las explotaciones agrícolas y el molino. Se menciona que para el año de 1595 Pedro de Dueñas (seguramente el hijo) tenía una estancia de entre dos mil y tres mil ovejas, lo cual confirma que en la hacienda se seguía produciendo lana para la elaboración de telas.
Fue a finales de ese siglo XVI que el batán empieza a causar conflictos. En marzo de 1599 se inició una averiguación ordenada por el virrey debida a las quejas de los habitantes de Texcoco por la contaminación de las aguas del río Coxcacuaco, ya que las aguas contaminadas en dicho batán por el uso de jabones, grasas, ácidos y tintes, para lavar, acondicionar y teñir las telas, después de ser utilizadas en el molino eran vertidas nuevamente al río. No hay datos concluyentes sobre este juicio. Sin embargo, en 1612, se ordena el apresamiento de Pedro de Dueñas II, por el delito de maltrato a los indígenas: Magdalena, Antonio, Juan Bautista, su hermana, su esposa y una niña de nombre Mariana, por tenerlos encerrados y en malas condiciones en su obraje, De lo anterior puede deducirse que fue por lo menos hasta la mitad de la segunda década del siglo XVII que el batán funcionó.
Por esos mismos tiempos, la Hacienda del Molino de Tuzcacuaco fue amenazada por la expansión territorial de otros hacendados que, al amparo de la Santa Inquisición, pretendían ampliar sus tierras quitándoselas a las haciendas ya establecidas. El 13 de junio de 1601, se le da un mandamiento al Alcalde Mayor de Texcoco para que revise cuatro caballerías de tierras que pedía Sebastián Frías Salinas, dos en la demasía de Pedro de Dueñas II y otras dos en la demasía de Pedro Contreras (A.G.N. Mercedes, Vol. 24, f. 55).
Los años pasan, la familia Dueñas vende el Molino de Tuzcacuaco, lo adquiere luego Antonio Ruiz de Contreras, quien le entrega la Hacienda a Antonio Urrutia de Vergara, quien a su vez integra con sus propiedades tres mayorazgos; y nombra propietario del tercero (con la Hacienda Molino de Tuzcacuaco), como dote por haberse casado con su hija Ana, a su yerno, Antonio Alfonso Flores de Valdés, Caballero de Calatrava. Finalmente, el 11 de junio de 1667, hereda la propiedad a su nieto Agustín Flores y Urrutia de Vergara y a sus descendientes.
Casa de las Visitas, frente a la Calzada Principal. Fotografía de A. Huerta P. 2020.
Con respecto a las instalaciones de la hacienda, Antonio Urrutia, solamente realizó algunas reparaciones, habilitó las trojes y las casas entonces existentes, así como de otras construcciones menores. El nuevo dueño, Antonio Alfonso Flores, tampoco hizo gran cosa por la hacienda, pero le cedió su apellido y la propiedad cambió de nombre, por lo que empezó a llamársele en toda la región la “Hacienda del Molino de los Flores”; luego, con el transcurrir de los años adoptó el nombre que hasta la fecha coloquialmente tiene: “Hacienda Molino de Flores”.
Siguen transcurriendo los años y la hacienda pasa por varios mayorazgos, marquesados y propietarios, de los que destaca Luis de Velazco y Castilla, Primer Marqués de Salinas del Río Pisuerga, y Virrey de la Nueva España por dos ocasiones, así como del Perú. Fueron dueños también de esta hacienda, por el matrimonio entre Ana Flores de Valdés, descendiente de Antonio Alfonso Flores, con Javier Altamirano de Velazco, Conde de Santiago Calimaya, que esta familia y título nobiliario aparecen también como propietarios de la hacienda. Posiblemente también fueron dueños descendientes de los condes de Regla. Aunque ninguno de ellos realizó obras importantes en esta hacienda.
También, por matrimonios y las “leyes” hereditarias de ese entonces, el Molino de Flores fue propiedad de Antonio de Urrutia, Diego de Urrutia, Juana de Urrutia y Ana Velazco de Cervantes, quien en 1802 se lo cedió a su tercer hijo, Miguel de Cervantes Velazco, Conde de Salvatierra, y ultimo heredero de don Antonio Urrutia de Vergara.
LA REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA
Durante la Guerra de Independencia muchas haciendas transitaron sin ser perturbadas ni afectadas sus extensiones gracias a las componendas que establecieron sus dueños con los insurgentes mediante sobornos o el pago de “disimulos” para que éstas no fueran atacadas y se les permitiera seguir funcionando bajo el mismo sistema productivo; siendo así, sus productos siguieron siendo transportados a la Ciudad de México o a otras ciudades.
Escaleras de acceso a la Casa de las Visitas. Fotografía de A. Huerta P. 2020.
Plaza central, frente a la Casa Principal y la Capilla de San Joaquín. Ahí hay actualmente un zócalo con una cruz. Imagen tomada de: https://revistaaventurero.com.mx/conocemexico/molino-de-las-flores-huela-de-lla-vidacolonial-en-texcoco/
En la región de Texcoco, por ejemplo, en el caso de la Hacienda Molino de Flores, uno de los dueños de entonces, don José María de Cervantes (hermano de Miguel de Cervantes Velazco), le daba fuertes cantidades de dinero a los insurgentes locales para evitar que atacaran sus propiedades y las saquearan. Al respecto, se sabe que José María le obsequió al insurgente José Miguel Serrano un costoso coche para su uso personal (Contla, s.f.).
En el caso de la Hacienda de Chapingo, su dueño, el Marqués de Vivanco, estaba casado con Luisa Vicario Elías, hermana de Leona Vicario, esta última esposa de don Andrés Quintana Roo; siendo así, “Los Guadalupe” (una organización secreta que apoyaba a los insurgentes) le proporcionaba cierto apoyo para que, igual, no fuera atacada y saqueada. Otras haciendas en situaciones similares fueron las haciendas de San Miguel Coyotepec (La Grande) y La Transfiguración (La Chica), en Tezoyuca; y la Hacienda de Santa Cruz de Prado Alegre, en Chiconcuac (Contla, s.f.).
LA HACIENDA EN EL MÉXICO INDEPENDIENTE
La historia consigna que los combates de la Guerra de independencia concluyeron con la entrada a la Ciudad de México del Ejército Trigarante y la posterior firma, el 28 de septiembre de 1821, del Acta de Independencia del Imperio Mexicano. Uno de los firmantes de esta acta fue don Miguel Cervantes de Velazco, Marqués de Salvatierra, entonces propietario de la Hacienda Molino de Flores.
Dentro de la Capilla del Señor de la Presa, sus descendientes, mandaron erigir un obelisco de mármol para conmemorar a este personaje. En uno de los lados de dicho obelisco se puede leer:
“FUE MAESTRE LA REAL DE RONDA, FIRMÓ EL ACTA DE INDEPENDENCIA DE MÉXICO. CAPITÁN DE GUARDIAS DEL EMPERADOR YTURBIDE. GRAN CRUZ DE LA IMPERIAL ORDEN DE GUADALUPE. GRAL. DE BRIGADA, CONSEJERO DE ESTADO SENADOR, DIPUTADO. GOBERNADOR, ALCALDE, REGIDOR, Y NOTABLE”.
Obelisco en memoria de don Miguel de Cervantes Velazco, Marqués de Salvatierra. Fotografía de A. Huerta P. 2023.
Pero la historia no se detiene y años después acontece la 1ª Guerra de Intervención Francesa (la Guerra de los Pasteles), la Guerra de Intervención Estadounidense (la Guerra del 47), la Guerra de Reforma (o de los Tres Años), la 2ª Guerra de Intervención Francesa y el 2º Imperio; y a todas estas vicisitudes la hacienda sobrevive.
Fue con la llegada de los marqueses de Salvatierra que la producción agrícola se diversifica e incrementa, lo que obligó a ampliar la infraestructura existente y a realizar nuevas construcciones.
Miguel de Cervantes Velazco construye, entre otras obras: la Capilla del Señor de la Presa, la Casa Principal, la Casa de las Visitas, el Machero, el Tinacal y el Pórtico Principal. Posteriormente, su hijo, Miguel de Cervantes y Estanillo, continúa con las obras y amplía las Oficinas y la Casa Principal; además, construye la Capilla de San Joaquín, el Panteón Familiar, los jardines que están entre el casco de la hacienda y la Capilla del Señor de la Presa; el Puente de San Antonio, que cruza el río Coxcacuaco y da acceso a la hacienda; y acondiciona el camino a la ciudad de Texcoco.
Esta fue una etapa en la que esta hacienda alcanza su auge, se registra que en el año de 1880 llegó a tener una extensión de mil 745.5 hectáreas, se logra una alta productividad agrícola, se cultivaba trigo, maíz, cebada, haba, frijol, arvejón; pero, principalmente, se producía pulque; y era tal la producción de esta bebida que desplazó a la producción de cereales: trigo y maíz.
Depósito de agua que por gravedad accionaba en batán. Fotografía de A. Huerta P. 2020.
Base de la maquinaria del batán. Fotografía de A. Huerta P. 2020.
Interior del Batán. Fotografía de A. Huerta P. 2020.
Antes de la llegada de los marqueses de Salvatierra, solamente existían el Batán, la Troje No. 3, el Acueducto, los molinos y algunas casas habitación. Fue entre los años de 1880 y 1892 que los marqueses mencionados construyeron todo lo arriba descrito; además, construyeron un Colegio y tres trojes más. Era una planta arquitectónica de 29 unidades en 2.7 hectáreas; y son éstas las construcciones, en ruinas, que actualmente se observan y perduran hasta nuestros días.
La hacienda así se mantuvo y para principios del siglo XX era ya una próspera e importante productora de pulque que surtía de esta bebida a la Ciudad de México y a otras ciudades de los alrededores, como Texcoco. Se reporta que en su tinacal se producían diariamente por lo menos seis mil litros de pulque, y una fuente consigna que llegaron a producirse hasta doce mil litros al día.
El 28 de enero de 1901 fallece Miguel de Cervantes y Estanillo, y heredan la Hacienda Molino de Flores sus dos hijas, María Matilde y Ana María Cervantes, marquesas de Salvatierra, a quienes les tocó padecer los estragos causados por el estallido de la Revolución Mexicana.
De finales del siglo XIX y hasta principios del XX la hacienda fue embellecida sistemáticamente: se amplió la Capilla del Señor de la Presa, se añadieron fuentes y diversas plantas a los jardines.
LA HACIENDA EN LA REVOLUCIÓN MEXICANA
En 1910, estalla la Revolución Mexicana. En su etapa Maderista las haciendas realmente no fueron afectadas; salvo algunas con conflictos aislado con ciertos grupos revolucionarios, por lo que estas explotaciones agrícolas continuaron funcionando.
Interior de la sala de los molinos de trigo. Fotografía de A. Huerta P. 2020.
Foso del eje de uno de los molinos, accionado por la corriente de agua. Fotografía de A. Huerta P. 2020.
Un aspecto poco conocido y mencionado de la Hacienda Molino de Flores, fue su actividad pecuaria en esos tiempos, en 1911, en la hacienda había 70 cabezas de ganado vacuno, ocho caballar y 50 mular (Mancilla, 2008).
Fue durante la etapa Constitucionalista, después del movimiento contrarrevolucionario de Victoriano Huerta y los levantamientos zapatistas, que las haciendas fueron afectas. Entonces, las dueñas de la hacienda se vieron obligadas a abandonarla. Los zapatistas se apoderaron de ésta, la saquearon y la incendiaron causando graves daños a las construcciones, principalmente a la Casa Principal. En el antiguo Batán aún se observan partes de las vigas quemadas. Otra de las primeras acciones que los zapatistas hicieron, que fue de manera muy simbólica porque representaba el sometimiento y la servidumbre a perpetuidad de los peones, fue asaltar la Tienda de Raya, saquearla, destruirla y quemar el libro de deudas.
Al concluir la Revolución Mexicana se llevaron paulatinamente a cabo los repartos agrarios y con el tiempo gran parte de las tierras de la hacienda fueron fraccionadas en varios ejidos, quedando solamente el casco destruido y abandonado.
LA HACIENDA EN LA ACTUALIDAD
En 1920, las heredaras del último marqués de Salvatierra, las señoras María Matilde Cervantes viuda de De la Horca y Ana María Cervantes y Terreros, retornan queriendo recuperar la ex hacienda y restablecerla, pero al percatarse de que requerían mucho dinero para ello (y además de que ya no tenían el poder político y económico de antaño), deciden con el tiempo venderla.
Para esos años, la ex hacienda, después de las afectaciones de terrenos a favor de los campesinos de las comunidades aledañas, así como de los saqueos e incendios, contaba con 804 hectáreas, las cuales, las herederas, luego de unas negociaciones con tres compradores y la intervención del gobierno en el sentido de que se realizarían nuevas afectaciones, en 1925 se la venden a la Sra. Eva M. Escales. Pero a los pocos años, como lo había anunciado el gobierno, se afectaron 428.2 hectáreas y además se realizó la segregación del Rancho el Batán.
Fotografía de la Capilla del Cristo de la Presa, tomada en 1874 por Julio Michaud, empresario francés dedicado a la litografía y a la importación de artículos para artistas. Esta fotografía es parte de la colección Manuel Toussaint que custodia el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Imagen e información tomadas de: http://www.TexcocoEnElTiempo.org
Posteriormente, a pesar de las segregaciones de tierras y las condiciones en las que se encontraba la ex hacienda debido a la destrucción e incendios de las edificaciones, por la arquitectura aun conservada y la historia del lugar, ésta es expropiada por el gobierno y luego el presidente de la República, el General Lázaro Cárdenas del Río, el 20 de octubre de 1937, expide un decreto mediante el cual se declara a la ex hacienda Molino de Flores, “Parque Nacional Molino de Flores Netzahualcóyotl”, y dicho decreto fue publicado en el Diario Oficial de la Federación el 5 de noviembre del mismo año.
Derivado de este decreto, más del 80% de las ultimas tierras de la Hacienda Molino de Flores se repartieron entre los ejidatarios de las comunidades aledañas de San Miguel Tlaixpan, San Nicolás Tlaminca, Xocotlán, La Purificación Tepetitla y Santa María Nativitas.
Originalmente, la superficie del parque nacional era, supuestamente, de cien hectáreas, pero al no indicarse éstas específicamente en el decreto de creación de 1937, se redujo la superficie a 55 hectáreas, que son con las que cuenta actualmente dicho parque. Y con respecto a la Sra. Escales, ella reclamó sus derechos sobre la propiedad y fue hasta 1950 que se resolvió el conflicto mediante el pago de una indemnización.
Izquierda: Capilla del Señor de la Presa o del Cristo de la Presa; a su derecha se aprecia una construcción de cuatro arcos que corresponde al Panteón Familiar. imagen tomada de: https://elsouvenir.com/texcoco-parque-nacional-molino-de-flores-exhacienda cristosenor-de-la-presa-nezahualcoyotl/; Derecha: Imagen de la misma capilla. Fotografía de A. Huerta P. 2023.
A partir de esa expropiación y la creación del parque en 1937, por un espacio de poco más de 40 años el lugar permaneció en total abandonado. El Tinacal había perdido el 80% de su bóveda de cañón, así como las techumbres de su pórtico; tampoco tenían techos el Pórtico Principal de la hacienda, el Machero, la Tienda de Raya, el Colegio, los caballerangos, las trojes y otras construcciones.
Las inversiones para la restauración y el mantenimiento de la ex hacienda en esos años fueron mínimas, las edificaciones en general se deterioraron aún más y hubo muy poca vigilancia, hasta que entre 1979 y 1980, la Secretaría de Agricultura y Ganadería (SAG) destinó un presupuesto para esos rubros y se hicieron algunas obras de restauración del Pórtico Principal y sus anexos, el Tinacal, el Colegio y la Casa de las Visitas.
Luego, entre 1980 y 1982, la misma secretaría, pero ahora como Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos (SARH), junto con la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (SEDUE), continuaron con los trabajos y se concluyó la restauración del Pórtico Principal, se concluyó la bóveda de cañón del Tinacal, así como los techos del Macheo, de la Tienda de Raya y la Administración, y también se rehabilitó el Colegio. En el resto de las instalaciones: las trojes, la Casa Principal, la Capilla de San Joaquín el Molino y otras estructuras, solamente se realizaron obras de mantenimiento. Se puede decir que esta capilla se encuentra en condiciones aceptables.
A finales de 1995 el gobierno federal, a través de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), estableció un acuerdo de coordinación con el Gobierno del Estado de México para que éste último se responsabilizara, administrara y custodiara el parque, En ese mismo año, el Gobierno Estatal, le trasladó al Gobierno Municipal de Texcoco esas responsabilidades, así como su administración. Infortunadamente, los cambios políticos locales y la falta de interés y suficiente presupuesto no han permitido recuperar o restaurar debidamente la ex hacienda.
Lindero de época entre la comunidad de Xocotlán y el Molino de Flores. Fotografía de A. Huerta P. 2023.
Finalmente, el parque fue declarado también Área Natural Protegida, pero su situación administrativa por los traslados de responsabilidades y su administración, han hecho un poco complicada la aplicación de recursos.
PROBLEMÁTICA
A pesar del panorama anterior, el parque actualmente está abierto al público y todavía en 2022 recibía entre tres mil y cuatro mil visitantes por semana que, por el desconocimiento de la historia del lugar y una total falta de educación, provocan más un impacto nocivo al ambiente y a las edificaciones que quedan de la ex hacienda que un beneficio. Las nuevas generaciones muestran ahora una actitud destructiva y una completa falta de respeto. Son frecuentes las destrucciones y pintarrajeados de paredes, y hasta la sustracción de piedras. Últimamente (2023), ya se están regulando las visitas de la gente, limitando los recorridos por las ruinas a grupos guiados por personal capacitado. Esperemos que así se continúe.
Hay también uno o varios grupos de vendedores de comida establecidos del lado sur del río, hacia el suroriente del casco de la ex hacienda (dentro del área del polígono del parque), así como varios vendedores ambulantes, que también presionan negativamente al ambiente y las edificaciones. Por otra parte, hacia el oriente y contiguo al parque, fuera del polígono que lo limita, se construyó un penal, cuyas aguas negras son vertidas directamente y sin tratamiento al río Coxcacuaco, que junto con las aguas negras de las comunidades de San Miguel Tlaixpan, San Nicolás Tlaminca y otras localidades, lo han convertido prácticamente en un canal de aguas negras a cielo abierto.
El Parque está también cruzado por tres carreteras que comunican a Texcoco con San Miguel Tlaixpan, Santa Catarina del Monte, San Nicolás Tlaminca, San Dieguito Xochimanca, San Pablo Ixayoc, el reclusorio y con algunas minas de arena. El tráfico es pues intenso, hay contaminación atmosférica y han ocurrido accidentes que, por la imprudencia de los conductores, principalmente de los camiones areneros, infortunadamente han dañado las instalaciones del parque. Un ebrio que conducía un camión arenero destruyó parte del Puente San Antonio que, por falta de interés y de recursos, es la fecha en la que no se ha reparado.
Área de comida en el Molino de Flores. Imagen tomada de: https://www.tripadvisor.com.mx/Attraction_Review-g2640759-d9865899-Reviews-Parque_Nacional_Molino_de_Flores-Texcoco_Central_Mexico_and_Gulf_Coast.html
Fuente en la Plaza Principal de la hacienda. Imagen tomada de: https://mediateca.inah.gob.mx/islandora_74/islandora/search/catch_all_fields_mt%3A(molino%20de%20flores)
En general, hace falta un mantenimiento de las instalaciones, muchas paredes presentan cuarteaduras y están a punto de caer, así como algunas techumbres están a punto de colapsar. Por otra parte, la filmación de películas, de series televisivas y videos dañaron varias construcciones y otras las modificaron, como la fuente que estaba en la Plaza Principal de la hacienda, frente a la Capilla de San Joaquín. ¡En la película “Veracruz” hay una escena en la que una cruz colocada en esa estructura es derribada! En varias “restauraciones”, se modificó esa fuente para construir una especie de zócalo y ahí se colocó esa cruz sobre una esfera; que, por cierto, dicha cruz originalmente estaba en el techo del pórtico del Tinacal y en la fuente había una estructura en forma de jarrón.
LA ELECTRICIDAD EN EL MOLINO DE FLORES
La Hacienda Molino de Flores, durante el Porfiriato, era una de las pocas haciendas de la región de Texcoco que contaba con su propia fuente de energía eléctrica, esto es, generaba su propia electricidad. Las instalaciones de esa fuente de energía, tal vez porque ahora están fuera del polígono que corresponde al Parque Nacional Molino de Flores Netzahualcóyotl, no son mencionadas ni señaladas en libros, folletería o trípticos que hablan sobre dicha hacienda.
Esta fuente o generador de energía eléctrica está alejada del casco de la hacienda, a dos y medio kilómetros de ésta, en la comunidad de San Nicolás Tlaminca, a la altura de la base occidental del cerro Tetzcotzinco. Y como todo el Molino de Flores, actualmente está en ruinas.
En la siguiente fotografía se aprecia la fachada de la estación hidroeléctrica o el “Dinamo” o la “Casa de Máquinas”, nombres con el que localmente se le conoce a este conjunto de ruinas. En éstas, se aprecia que guardan un paralelismo con la arquitectura del Pórtico Principal y entrada al Molino de Flores y de otras de sus construcciones, por lo que se puede deducir que el “Dinamo” debió haberse construido a finales del siglo XIX, entre los años de 1880 y 1892, cuando Miguel de Cervantes Velazco y luego su hijo Miguel de Cervantes y Estanillo fueron dueños de la hacienda y mandaron construir la mayoría de las edificaciones que aun hoy se conservan.
Fachada de la estación hidroeléctrica del Molino de Flores. Fotografía de A. Huerta P. 2020.
Tubería de entrada de agua en el interior de la estación hidroeléctrica. Fotografía de A. Huerta P. 2020.
El precursor del dinamo fue el italiano Antonio Pacinotti, quien en 1860 construyó uno, aunque no pasó de una fase experimental. En 1871, el belga Zénobe Gramme, hizo un dinamo reversible (generador dinamométrico) que generaba corriente eléctrica continua; finalmente, en 1872, el alemán Friedrich von HefnerAlteneck, lo perfeccionó y así el dinamo pudo comercializarse.
Volviendo a México, durante la etapa de la Revolución Mexicana (de 1910 a 1917), al igual que la hacienda, estas instalaciones fueron originalmente destruidas y saqueadas por las fuerzas zapatistas. Años después, lo que dejaron los zapatistas, fue varias veces saqueado y vandalizado por la gente de la región. Relatan los habitantes de la comunidad de San Nicolás Tlaminca y de la ciudad de Texcoco, particularmente Isidoro Rodríguez Rey, que:
“Los fierros, lo poco que quedaba de la maquinaría que aún había ahí y que no se habían llevado los zapatistas, la gente de Tlaminca y de otros pueblos cercanos, se los llevaron.”
Isidoro Rodríguez relata también que el agua que accionaba el “Dinamo” del Molino de Flores provenía del manantial Atexca, ubicado en la comunidad de San Pablo Ixayoc, una de las llamadas comunidades de la montaña.
De ese mismo manantial salía el agua que por medio de unos canales era dirigida hasta el “Caño Quebrado”, y de ahí hacia un ingenioso sistema de “frenado” de la corriente en forma de espiral para luego regar los jardines de Nezahualcóyotl, así como una derivación para el agua sobrante hacia el río Coxcacuaco.
El agua que alimentaba al “Dinamo”, provenía directamente del Tetzcotzinco por una serie de canales y una tubería que entraba a las instalaciones y accionaba los generadores de energía eléctrica.
Como se puede ver en la fotografía, en la actualidad solamente quedan en la Casa de Máquinas el tubo de la entrada de agua al recinto y las bases de piedra con la tornillería que fijaba la maquinaría.
Imagen del Señor de la Presa o Cristo de la Presa. Fotografía de A. Huerta P. 2023.
Grupo de personas rindiéndole culto al Señor de la Presa en el Molino de Flores. 1936. Imagen tomada de: http://www.TexcocoEnElTiempo.org
LA FIESTA DEL MOLINO DE FLORES
Capítulo aparte merece la Fiesta del Molino de Flores, la cual era una gran festividad que se realizaba en esa ex hacienda y a la que asistían la mayoría de las familias texcocanas. Era un gran día de campo en donde todas las familias que iban compartían sus viandas con todos los asistentes. Pero bueno, vayámonos por partes.
ORIGEN DE LA FESTIVIDAD
Como ya se planteó, hay dos capillas en el Molino de Flores, una es la de la Plaza Principal dentro del casco de la ex hacienda, que está dedicada a San Joaquín, santo que de acuerdo al santoral se celebra el 26 de julio; y la otra está al oriente de dicho casco, río arriba, en el margen sur del río Coxcacuaco, y que resguarda al “Señor de la Presa”, “Cristo de la Presa” o “Cristo de la Peña”.
La fiesta “grande” del Molino no es la que se hace en conmemoración de San Joaquín, sino la que se hace en honor del Señor de la Presa, la cual es la imagen de un Cristo crucificado que según la tradición (la leyenda) apareció plasmado milagrosamente en la saliente de una roca.
Al respecto, Isidoro Rodríguez Rey, vecino de Texcoco, cuenta que su madre, Carmen Rey Quintero, decía que la fiesta del Molino de Flores era la fiesta del Señor de la Presa o del “Santo Aparecido”, porque nadie vio que alguien lo pintara, entonces, simplemente se apareció.
Cruces y Campos (2001) sostienen que cuando el dueño de la hacienda fue avisado que había aparecido milagrosamente un Cristo sobre unas rocas cerca de la Presa construida para desviar el agua, la mandó destruir, pues creía que le acarrearía problemas por la presencia de gente extraña en su hacienda, especialmente cerca del casco y los jardines. Sin embargo, poco tiempo después volvió a aparecer la imagen en la misma roca.
Los mismos autores afirman que la imagen del crucifico apareció en la segunda mitad del siglo XIX, pero que para los no creyentes se trata de una imagen mandada a pintar por órdenes de los marqueses de Salvatierra. Como haya sido, los mismos autores señalan que desde ese siglo gente del Distrito Federal, Tlaxcala, Puebla e Hidalgo iban a rendirle culto a dicha imagen, al grado de que con el tiempo se llegaron a fijar cuatro días para celebrar su fiesta, la cual comenzaba el Domingo de Pentecostés para los fieles del Distrito Federal y concluía hasta el miércoles siguiente para los transportistas y fieles de lugares más lejanos.
Estas citas nos dan un indicio del origen de la festividad en honor al Señor de la Peña o de la Presa: finales de la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, no se sabe cómo era originalmente esta fiesta, cuánto tiempo duraba ni si estaba dividida en un principio para la gente de diferentes poblaciones y lugares.
LA FECHA DE LA CELEBRACIÓN
Carolina García Santillán, igualmente, vecina de Texcoco, recuerda que a esa fiesta asistía con su familia y ésta se hacía siete semanas después de la Semana Santa, en Corpus Christi, afirma ella. Y en adición, el MVZ José Vargas, también vecino de Texcoco, me cuenta que:
“En la fiesta del Molino Texcoco quedaba desierto. Recuerdo bien que esa fiesta era en Pentecostés, porque una vez que yo tenía que ir a la UNAM a un examen muy importante, algo necesitaba para llevar, y no lo pude encontrar porque no había nadie en Texcoco, todas las papelerías estaban cerradas, todos los negocios estaban cerrados, todos estaban de día de campo festejando en el Molino de Flores.”
Y sí, efectivamente, esta festividad se llevaba (o se lleva) a cabo entre Pentecostés y Corpus Christi, a partir del Domingo de la Pascua de Pentecostés, que es una celebración cristiana que la Iglesia realiza en el quincuagésimo día del tiempo pascual, esto es, a los 50 días después del Domingo de Resurrección (Galván, s.f.; Wikipedia, 2022). Pero realmente, el 50° día es el lunes inmediato siguiente a dicho domingo; sin embargo, la Iglesia Católica ha convenido que Pentecostés sea el domingo inmediato anterior, esto es, el 49° día después de Semana Santa. Siendo así, Corpus Christi, el 60° día, cae siempre un jueves, el famoso Jueves de Corpus. Por lo anterior, la celebración de Pentecostés es también una fiesta movible que dependen del calendario lunar.
EL DÍA MARTES PARA LOS TEXCOCANOS
Con base en los textos de Rodolfo Pulido Acuña, Cronista Municipal de Texcoco (Pulido, 1996 y 2001), y los testimonios orales de Isidoro Rodríguez, Carolina García y José Vargas, amplios conocedores de las tradiciones locales, la fiesta del Señor de la Presa duraba ya cuatro días: Inicia el Domingo de Pentecostés y era el día en el que llegaban los visitantes del Distrito Federal (hoy Ciudad de México). El lunes era el día de fiesta para los pobladores de la comunidad de Xocotlán (poblado colindante con el Molino de Flores) y de los pueblos cercanos (San Diego, San Dieguito Xochimanca, San Nicolás Tlaminca, San Miguel Tlaixpan, La Purificación Tepetitla y otros más). El martes era el día más grande de esta festividad, ya que tal día estaba destinado a la visita y convivencia de las familias de la ciudad de Texcoco. La celebración de este día en lo particular era a la que los texcocanos llamaban la “Fiesta del Molino de Flores”. Finalmente, el miércoles, el último día de fiesta, estaba asignado a los transportistas de Texcoco y aledaños, la línea de autobuses México-Texcoco y los taxistas locales, principalmente.
Empero, nadie sabe ya o no se recuerda, por qué se hizo esa selección de días para diferentes personas de acuerdo a su lugar de origen y, sobre todo, por qué le tocó o eligieron el martes los habitantes de Texcoco.
De seguro la selección de días fue por la elevada afluencia de visitantes, como ocurre hoy en la Basílica de Guadalupe de la Ciudad de México, y entonces se hizo necesario determinar varios días de celebraciones para diferentes grupos de la población de acuerdo a sus lugares de origen; siendo así, para la sociedad texcocana, como haya sido, le tocó el día martes, tercer día de festividades.
La fiesta en conmemoración del Señor de la Presa debió haber sido muy concurrida desde sus inicios. Al respecto, nuevamente Cruces y Campos (2001), señalan que Manuel Romero de Terreros, antes de 1956, narraba lo siguiente: “Permanece de pie, aunque tristemente deteriorado, en el lado opuesto del barranco y unido a lo que fue jardín, por un puente de hierro, la capilla del Señor de la Presa, en parte tallada en la roca, y el panteón de familia adjunto. En aquella se venera una imagen cuya fiesta celebran todavía anualmente los habitantes del contorno con gran regocijo”.
Con anterioridad, una fotografía de mayo de 1936, del National Museum van Wereldculturen, ubicada por el Proyecto “Texcoco en el Tiempo”, que dirige Ernesto Sánchez Sánchez (2019), muestra a una multitud rindiéndole sus respetos a la imagen del Cristo crucificado que apareció plasmado en una roca a orillas del río Coxcacuaco.
Parte de la descripción de esta fotografía dice:
“Los testimonios del siglo XIX narran que, hace mucho tiempo, la imagen de Cristo se apareció en la roca, junto al río Coxcacuaco, y desde entonces se venera en una celebración los últimos días de mayo. Historia oral del siglo XX, indica que era muy frecuente que las personas de Texcoco y alrededores fueran a la fiesta a hacer días de campo junto al río. En esas fechas, Texcoco quedaba desierto.”
Especulando un poco, con la libertad de que goza un cronista (aunque sea aficionado), al mencionarse que “Texcoco quedaba desierto”, seguramente se refiere el comentario al día martes, porque ese día la gran mayoría de la gente de esta ciudad iba de día de campo al Molino de Flores. Pero observando esta fotografía de 1936, se ve que los fieles ahí reunidos son personas de un ambiente rural, de las comunidades. Se ve en la parte inferior derecha a una persona con overol, a las mujeres cubiertas con rebosos y ataviadas con vestidos largos. Y si en el año de la toma de esta fotografía ya había días destinados para diferentes sectores de la población, esa fotografía seguramente se capturó un día lunes. Son especulaciones pues.
Respecto a la fiesta del Molino o las fiestas del Molino, el MVZ José Vargas, narra lo siguiente:
“Una vez me contó la Señora Rosa Vargas de Ayala, mamá de Laura y Alfonso Ayala, quienes tenían Los Baños del Recreo y luego los cines Capri y Latino, que era amiga de las hijas de los dueños de la Hacienda El Molino de Flores y la invitaban a sus fiestas a la que asistían personas de la aristocracia con las que convivía. Mientras que cuando era la fiesta para los peones, mientras éstos estaban bailando, comiendo y tomando, ellas estaban en el balcón platicando y aburriéndose, sólo contestado algunos saludos moviendo la mano.”
Sobre lo mismo, refiriéndose a ese martes de fiesta, Isidoro Rodríguez dice lo siguiente:
“Ese día Texcoco se vaciaba, toda la gente el día de la fiesta se iba al Molino de Flores, incluso iban hasta caminando. Y sí, todos los comercios se cerraban porque sus dueños y empleados se iban al Molino. El único comercio que no se cerraba era la Cantina Las Palomas, porque el tío Pepe (José Rey Quintero) no era muy sociable que digamos, pero claro, ese día no llegaba ningún cliente al negocio, todos estaban festejando en el Molino.”
Leobardo Espinosa Vázquez, comentando en la página electrónica Proyecto “Texcoco en el Tiempo” una fotografía que en el mismo sitio se publicó en 2018, y cuya fuente es el “Museo Silverio Pérez”, anota, sin aludir día alguno, que: “La feria del Molino de Flores era la principal de Texcoco, porque ahí se reunían todas las familias a convivir”. Y alude en sus comentarios que también las familias de las comunidades del municipio a ese lugar asistían para convivir. Además, que a determinada hora el silbato de la Fábrica de Tapetes Luxor (factoría que estaba instalada en la ciudad de Texcoco, y que ya no existe) daba la señala para irse a convivir al Molino. Ese día los obreros ya no regresaban a laborar, terminaban el día en el Molino conviviendo con sus familias y amistades.
Todo lo anterior confirma que era entre semana, el día martes, el destinado para la población de Texcoco: Vargas estaba buscando algo para irse a la UNAM, Isidoro cuenta que ese día martes el único negocio que no cerraba era Las Palomas; y el silbato de Tapetes Luxor daba la hora de salida, y Luxor no laboraba los domingos.
LA VIEJA Y TRADICIONAL FIESTA DEL MOLINO
Ya se anotó que la fiesta del Molino de Flores se realizaba desde la segunda mitad del siglo XIX. Desde luego que originalmente fue una celebración religiosa, pues fue una aparición “milagrosa” la que la detonó. ¿Cómo fue que se convirtió en una festividad principalmente social y el aspecto religioso pasó a un segundo término, por así decirlo? Seguramente fue paulatino ese cambio.
El testimonio gráfico más antiguo de esta festividad consigna la década del treinta del siglo pasado. Luego, hay algunas fotografías de la década de los cincuenta. En esta última década, los días martes, ya iban a la fiesta del Molino de Flores tanto las familias de la colonia españoles cuyos hogares estaban en la ciudad de Texcoco y eran dueños de ranchos lecheros o de comercios, como familias texcocanas de origen prehispánico o mestizo. Sin distingos.
En esa década asistían a la fiesta la familia García Catalán (don Antonio, esposa e hijos: Silvia, Carolina, Antonio), los García Tielve (Aniceto [el Ceto], María del Carmen, Anita, Lucila). Recuerda Carolina García Santillán que toda la familia se iba al Molino en la camioneta del Ceto, una camioneta del Rancho El Nopal; los Morán Gutiérrez (Manolo, Toño, Maimo), los Gutiérrez Gutiérrez (Laureano, Rocío [Chio]), los Fernández Miguel (Pepe y Alejo), los Joven Gutiérrez (Juan José ), los Fernández, los Mena (Ambrosio, Dionisio y demás hermanos y hermanas), la familia González Larraguivel, la familia González Hernández (Ricardo Hernández, que era panadero), iban también los Rodríguez Sánchez (Salvador Rodríguez [el Cabezón Rodríguez]), los Vázquez Ávila, la familia Pérez Domínguez (Silverio Pérez, su esposa Pachita e hijos), los Mayer, y muchas familias más.
Lamentablemente, el 27 de septiembre de 1958 varios jóvenes hijos de familias de españoles que asistían a la fiesta del Molino de Flores, tuvieron un accidente utomovilístico en la carretera México-Veracruz a la altura de Santo Tomás Apipilhuasco, donde fallecieron seis de ellos y tres resultaron gravemente heridos.
Fue tan sentido ese accidente en la colonia española de Texcoco que en general se retrajeron de la sociedad y dejaron de asistir a fiestas u otros eventos sociales. Y a pesar de que muchas familias texcocanas también sintieron esa pérdida por las amistades creadas y manifestaron su pésame, continuaron con la tradición. Más si se apreció una disminución de los asistentes al Molino. Y así, las familias que iban a la fiesta del Molino fueron cambiando, crecían o disminuían, se agregaban o se despedían. Para la siguiente década, los asistentes ya eran casi puras familias de texcocanos.
Antonio García Catalán con sus hijas Silvia (a su derecha y Carolina García Santillán (a su izquierda). Fotografías de principios de la década de los 50, propiedad de la familia García Santillán.
Silvia García, Jesús Hernández (Chucho) y Carolina García. Fotografías de principios de la década de los 50, propiedad de la familia García Santillán.
LA FIESTA DE LOS SESENTA
Las festividades del Molino a las que me referiré a continuación son las que la sociedad texcocana celebraba de los últimos años de la década de los cincuenta –tal vez el último par de años– hasta alrededor de 1970.
En ese periodo de tiempo, el martes de fiesta la gran mayoría de los texcocanos iban al Molino de Flores de acuerdo a sus posibilidades de traslado: en autos particulares, de aventón en el carro del compadre, del amigo o del pariente; en las camionetas del trabajo, en camiones; en autobuses, que salían de la calle Nicolás Bravo: “Molino, molino…”; también en motocicletas, bicicletas e incluso a pie, como les fuera posible.
Todos subían al lugar. Y lejos, muy lejos en la distancia y en el tiempo, Joan Manuel Serrat escribiría: “Vamos subiendo la cuesta, que arriba mi calle, se vistió de fiesta”. Porque sí, el Molino de Flores está ligeramente a mayor altura sobre el nivel del mar que Texcoco. Y sí, prácticamente Texcoco se quedaba desierto ese día.
Algunas de las familias texcocanas que frecuentemente iban a la fiesta del Molino era los Isgleas Monsalvo (don Pepe Isgleas y Cuca Monsalvo), los Olvera Enciso (doña Margarita y don Héctor), los Durán Miramontes, los Ortiz Tovar (Tito, Horacio y René), los Quintos, los de la O, los Jaspeado Martínez (Ruperto y esposa), los Valdés Rodríguez (don Miguel), los Jaspeado Mendoza, los Rodríguez Sánchez, la familia Garay Cornejo, los Garay Arriola, los Peña Blancas, los González Mayer (no faltaba nunca Victorina Mayer), los Arellano Mayer (el Güero Arellano y Estela), los Mayer Cárdenas, Manuel López (el Amarillo) y su esposa, los Sánchez García, los Mendoza Vargas, los López Pérez (los del Oso), los López Miranda, los Zepeda Ibarra (Lalo Zepeda y esposa), los Almazán, los Guerrero (Ángel [el Flaco Guerrero] y hermanos), los Sánchez Velázquez (Plutarco Sánchez), La familia Perdigón Vargas, los Enríquez, los García López, los Enciso Arévalo, los Sánchez Enciso, los Bustamante Miranda (los charros, Sacramento), los Miranda, los Conde, la familia Espinoza (las niñas Espinoza que estrenaban vestido ese día), los Salazar García, los Rodríguez Rey, Cruz Maldonado y esposa, los Vázquez Ávila (Paco, Alejo y sus demás hermanos), y muchas otras familias más.
Se llenaría esta página y por lo menos otra más de apellidos de las familias texcocanas que asistían a la fiesta del Molino. Si no las menciono a todas, pido una sentida disculpa.
El área del Parque Nacional Molino de Flores en la que se efectuaba esta fiesta y las familias de Texcoco se ubicaban, era entre el Puente San Antonio y la entrada a las ruinas de la ex hacienda. Y conforme las familias iban llegando al Molino, poco antes del mediodía, iban eligiendo un lugar, en ambas orillas de río, para establecerse extendiendo uno o dos manteles blancos sobre el suelo, sobre la tierra, o escogían el tronco de algún árbol derribado a manera de mesa, y ya. Eso era suficiente. Luego, las familias que llegaban un poco más tarde, se acomodaban en donde había espacios. Sin embargo, sin que estuviera escrito, ya las familias o grupos de éstas, tenían un área en donde tradicionalmente cada año se colocaban.
Señora Bertha Padilla (esposa de Ricardo Hernández), Silvia García (dando la espalda), Joven a la que le decían “la China”, Carolina García, y Oliva Elizagaray. Fotografías de principios de la década de los 50, propiedad de la familia García Santillán.
Recargada en el árbol Oliva Elizagaray, las dos niñas de pie Silvia y Carolina García, atrás de Carolina hay una señora y otra niña no identificadas; tampoco se identificó al joven del extremo derecho. En las fotografías se aprecia que están en el lecho del río Coxcacuaco. No estaba contaminado este cause, el agua era limpia, corría durante todo el año y con cierta abundancia; y en épocas de lluvias eran frecuentes las avenidas. Fotografías de principios de la década de los 50, propiedad de la familia García Santillán.
Por ejemplo, las familias de los integrantes del Club Social y Deportivo Texcoco, junto con sus invitados, se ubicaban antes de la entrada de la hacienda en la orilla norte del río Coxcacuaco, cerca del tronco caído que atravesaba de orilla a orilla dicho río; las familias de los comerciantes del mercado tenían otra área elegida; y así todos los grupos de familias. Y otras familias, se acomodaban donde fuera. Pero esta disposición no implicaba una separación en cuanto a la convivencia, sino solamente respecto a la ocupación de los espacios para que todas las familias estuvieran cómodas, no amontonadas.
Al llegar, de inmediato todos iban acomodando sobre los manteles las cazuelas, las ollas, las hieleras, las botellas, platos, vasos, cubiertos y demás. Todos llevaban algo para comer y compartir: mole poblano, rojo, verde; chicharrón en salsa verde; algún guisado de pollo, res o cerdo; algún guiso de verduras, tlacoyos, quesadillas, garnachas, enchiladas, chilaquiles, arroz, huevos cocidos, barbacoa, consomé, carnitas, frijoles, tortas, pambazos, pozole, pancita, carne asada, chorizo, longaniza, tortillas, muchas tortillas, nopalitos, chiles en vinagre, chipotles, de todo, dulces tradicionales, gelatinas, arroz con leche, frutas, en fin. Además, no faltaba nunca el ron, el brandi, las cervezas, los refrescos, las aguas frescas de frutas y de Jamaica y de horchata; y también, hacía su presencia el pulque.
Todo era para comer y beber entre los familiares e invitados y también para compartir e intercambiar con los del mantel de al lado o con quien pasara cerca. Y no había una hora preestablecida para iniciar la comida, se empezaba a degustar mientras se bebía y se probaban los tlacoyos y otros antojitos. Todos, sin distingo, brindaban y platicaban. ¿De qué? No importaba, era la convivencia lo que importaba entonces, era estrechar lazos de amistad, fortalecerlas o hacer nuevas amistades.
Grupo musical “La Típica” de Texcoco. Cada año asistían a amenizar la fiesta del Molino de Flores. En esta fotografía, tomada alrededor de 1960, el grupo está acompañado de Victorina Mayer Arce. Los integrantes de ese grupo eran, de izquierda a derecha: Antonio Aguilar, Agustín Mendieta Villegas, Ernesto Mendieta Villegas, Domingo Magos, Pedro Magos, Victorina (que no era del grupo), Luis Ameneyro y Ernesto Mendieta González. Fotografía propiedad de la familia Olvera Enciso.
De izquierda a derecha: Agustín Barrios, Ángel Guerrero (el Flaco Guerrero), el joven con la botella en la mano se apellida Arrollo (se desconoce el nombre), César Maycotte, Ladislao Zepeda (Lalo Zepeda), su hijo Arturo Zepeda Ibarra, y una persona que no se identificó. Recargado en el árbol de la izquierda se ve a Álvaro Enciso. Fotografía de mediados de la década de los 60, propiedad de la familia Olvera Enciso.
De izquierda a derecha, primera fila: Luz María Sánchez (Luchita), no se reconoció a la siguiente joven, le sigue Francisca Enciso (Paca Enciso), Ofelia Salazar García, y Mireya Sánchez García; en el extremo izquierdo atrás: Ing. Plutarco Sánchez, hacia su derecha María Elena García (Malena), y mostrando medio rostro Esperanza (se desconoce el apellido). Fotografía de la primera mitad de la década de los 60, propiedad de la familia Olvera Enciso.
Por ahí se veía a vecinos jugando cartas o dominó; o bien escuchando a algunos músicos o cantando. E igual, lejos, muy lejos en la distancia y en el tiempo, Joan Manuel Serrat escribiría: “Y hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano sin importarles la facha”.
Sobre los grupos musicales que invariablemente iban a la Fiesta del Molino de Flores, estaba la “Típica” de Texcoco, cuya fotografía inicia esta parte del presente pequeño ensayo. Con respecto a este grupo musical, anota Ana Lilia Gallegos García (s.f.) lo siguiente:
“Tocaron también en la fiesta del Molino de Flores, bajo el puente mientras las familias disfrutaban en las riberas del río, ya que era costumbre que el martes de fiesta del santo patrono Señor de la Presa, se compartieran las viandas con amigos y familiares en un gran convivio. Era costumbre aventar al río a la gente, principalmente los jóvenes quienes se divertían y acababan empapados. Sólo respetaban a los músicos porque tenían que seguir tocando.”
Y sí, los jóvenes, se organizaban para echar a sus amigos al agua, y hasta uno que otro desconocido era echado al río. Había pozas de mediana profundidad; el agua que en esos tiempos corría por el río era en buena cantidad y además estaba limpia, si acaso revoloteada y con tierra. No estaba contaminada como ahora. A veces en plena fiesta había avenidas. Carolina Garcia cuenta que hubo una vez un ahogado que se llevó la corriente, y que eran del D.F., y que luego hubo otro.
Además de los jóvenes divirtiéndose chapoteando en el agua y aventando al río a cuantos pudieran, se veía a una gran multitud de niños corriendo y gritando por todos lados; y también, ese día se les daba el permiso para meterse al agua; aunque claro, al ojo de sus padres, tíos, abuelitas y demás parientes o adultos que los cuidaban.
En esta fiesta, obligadamente había que visitar la Capilla del Señor de la Presa para persignarse ante la imagen de Cristo, rezar por lo menos un Padre Nuestro, un Ave María u otra oración y dar las gracias por haber transcurrido el año y estar presente una vez más en esta festividad.
Volviendo al jolgorio, originalmente sólo eran las familias las asistentes, y los postres y demás golosinas éstas eran las que los llevaban; pero pronto empezaron a llegar vendedores ambulantes de dulces tradicionales: algodones de azúcar, merengues y otras golosinas más, también iban los paleteros de la Azteca, globeros (vendedores de globos), personas que rentaban caballos para pasear por el parque.
Luego empezaron a colocarse algunos juegos mecánicos para los niños.
Me acuerdo bien de la primera vez que fui a esa fiesta:
“Vivíamos en el Cooperativo, en Chapingo. La primera vez que fui al Molino de Flores nos llevaron nuestros padres a mi hermano y a mí, precisamente a una fiesta del Molino. Haciendo cuentas con los grados de la primaria, fue en 1964, cuando cursaba el 4° año en el Centro Escolar Netzahualcóyotl. El 5° fue en la Juana de Asbaje y luego el 6°otra vez en la “Netza”. Fuimos la familia invitados por el señor Sacramento Bustamante, el compadre que nos vendía la leche bronca. Y hago referencia a los años de la primaria porque yo era amigo de Raúl Bustamante, uno de sus hijos, e íbamos en el mismo grupo. Tendría entonces yo como diez años de edad, cerca de los once.
Ese día fue especial, había gente por todos lados, manteles por todo el suelo, comida por todas partes, los jóvenes aventando a otros al agua, niños corriendo, en fin. Recuerdo que fuimos a visitar al Señor de la Presa y para ello había que cruzar el río por un puente angosto de troncos y sin barandales. Y estaba lleno de gente que iba y venía. No sé por qué no cruzamos el río por el puente de metal junto a la presa y que da directamente a la capilla.
Y bueno, como todos los escuincles, empezamos a jugar, a corres y de pronto nos pescaron y nos aventaron al agua. Fue fabuloso.
Bien me acuerdo de ese largo tronco caído que atravesaba el río de lado a lado. Y así, todos mojados, a manera de reto, nos trepamos al tronco para cruzar el río. En ese entonces yo veía muy largo el tronco y bastante la altura hacia la superficie del agua, pero cruzamos el río. De lo que ya no me acuerdo fue de la comida, claro que algo comimos o medio cominos, lo importante era correr, volverse a meter a agua, y seguir jugando.”
La joven de pie con vestido obscuro a la izquierda es María Elena Martínez (Elenita Jaspeado), hacia su derecha y sentada Rosa Lozano Olvera, hacia abajo de ella y sentada Isabel Lozano Olvera; en la parte inferior al centro Cecilia Lozano Olvera (Chila) y Alejo Vázquez. Los dos jóvenes de ´pie a la derecha y demás personas no se identificaron. Fotografía de la primera mitad de la década de los 60, propiedad de la familia Olvera Enciso.
De izquierda a derecha: Griselda Álvarez de León, quien fuera la primera gobernadora del estado de Colima; Hermelinda Ibarra y Carmen Narcio. Las dos señoras de la derecha no se identificaron. Fotografía de la segunda mitad de la década de los 60, propiedad de la familia Olvera Enciso.
De retorno en la fiesta. Ya por la tarde, terminada la comida y el convivio, la gente empezaba a recoger todo y empezaban a regresar a la ciudad de Texcoco, ya sea a sus casas a descansar o a reabrir sus negocios; aunque algunas familias regresaban del Molino de Flores hasta que pardeaba el día y ya no se veía o cuando ocasionalmente empezaba a llover. Entonces, en la ciudad, se reabrían las panaderías, algunas misceláneas y abarrotes u otros comercios. Y lejos, muy lejos en la distancia y en el tiempo, Joan Manuel Serrat escribiría: “Vamos bajando la cuesta, que arriba en mi calle se acabó la fiesta”.
Un día de convivencia en el Molino de Flores. Algunas de las personas reconocidas en esta imagen son: René Mayer Ávila, Jorge Olvera Ibarra y su esposa Mireya Sánchez García, Marucha Salazar, Estela Mayer Ávila, Cruz Maldonado, María Elena Cárdenas (esposa de Carlos Mayer), la señora Ávila (esposa de don Chuchito Mayer), Gil Fernández, Carlos Quintos, Guadalupe de la O, Margarita de la O, Ángel Guerrero, María Elena y Rosa Martínez, los Sánchez Velázquez (Plutarco,Enrique y Carlos), Ricardo Jaspeado, Socorro Mayer (la Coquis Mayer), José Carrillo, Alma Rosa Salazar, José Salazar, Alfredo Orozco, Jorge Jaspeado, Ofelia Salazar, Horacio Ortiz y su esposa Esther Guerrero, Maruca Velázquez, Yolanda y Juan Manuel Olvera Enciso, Marce Mendoza, María García, entre otras más. Fotografía de principios de la década de los 60, propiedad de la familia Olvera.
Y sí. ¡Se acabó la fiesta! No se tiene precisa la fecha exacta de cuándo dejaron las familias texcocanas de asistir al Molino de Flores a festejar y convivir. Aunque sí se sabe que fue en la primera mitad de la década de los setenta, cuando a alguien, aprovechando que iba mucha gente, se le ocurrió hacer bailes populares (populacheros) por la tarde-noche, cobrando la entrada, vendiendo bebidas alcohólicas (además de que ya había drogas); y entonces empezó a llegar gente de otros sitios y con otros intereses: el baile, el “ligue”, la embriaguez, en fin; y la gente de Texcoco simplemente empezó dejar de asistir. Por otra parte, los jóvenes de entonces y los niños de entonces crecimos, y ya con otros gustos, interese y compromisos, no continuamos con esta tradición.
Fue prácticamente una década, entre 1960 y 1970; fue un capítulo de la microhistoria de Texcoco, capítulo que todavía algunos recuerdan y recordamos con bastante gusto al igual que con cierta añoranza.
LA ÚLTIMA REUNIÓN FAMILIAR EN EL MOLINO
Siguiendo la vieja tradición de ir con la familia los días martes al Molino de Flores a hacer día de campo y visitar al Señor de la Presa, numerosas familias texcocanas ese día seguían asistiendo a dicho parque. Fue alrededor de 1960 o un poco antes, que algunos integrantes del Club Social y Deportivo Texcoco empezaron a ir en grupo con sus familias e invitados; y de pronto eso se generalizó y al siguiente año o dos ya volvían a ser muy numerosas las familias texcocanas que iban al Molino de Flores a convivir. De tal suerte fue que la visita al Señor de la Peña, al Cristo Aparecido, pasó a un segundo término y el convivio generalizado se hizo lo primario. Y bueno, como ya se dijo arriba, por el año de 1970 esta sesentera tradición rápidamente se fue diluyendo, y así como nació, feneció.
Pasaron 25 o 26 años (poquito más de un cuarto de siglo) y el martes 28 de mayo de 1996 nuevamente el Club Social y Deportivo Texcoco revivió la tradición de ir al Molino de Flores a convivir, a compartir el pan y la sal –y desde luego que la bebida también–. Ese día los integrantes del club organizaron y asistieron con sus familias al mismo lugar del Molino en donde se hacían esos convivios entre 1960 y 1970. Además, invitaron a familiares y familias de amistades. La idea era retomar esa tradición y que se realizara nuevamente cada año. Pero como ya se anotó, los tiempos eran otros, ya los compromisos, escenarios y dinámicas eran otras, ya las generaciones eran también otras. Sin embargo, ese día se volvieron a reunir varias familias texcocanas que convivieron, degustaron y compartieron como en aquella década de los sesenta.
Y como una imagen dice más que mil palabras, van las fotografías tomadas ese 28 de mayo, de la colección de la familia Olvera Enciso. Y para no ser repetitivo, los nombres de las personas que se identificaron, se anotarán en los textos de las imágenes de izquierda a derecha.
Sirvan también estas fotografías como homenaje póstumo a los que ya no nos acompañan y con los que convivimos.
Pablo Sánchez Enciso, Oscar Irisar, Petra Ramírez Vda. de Cortés, Jorge Jaspeado (el Chompañero), Jorge Ortiz de Montellano (el Conejo), José Luis Pérez, Rosario Cortés Cavazos (Chayito), y Rosario Cavazos (con visera, esposa de Filiberto Cortés Ramírez). Fotografía propiedad de la familia Olvera Enciso.
Carlos Quintos, Refugio Monsalvo Vda. de Isgleas, (Cuca Monsalvo), Daniela Arias, y Amparo Salcedo de Ortiz de Montellano. La persona abrazada no se identificó. Fotografía propiedad de la familia Olvera Enciso.
Al centro: María Elene Martínez (Elenita Jaspeado, esposa de Ruperto Jaspeado). No se identificaron a las demás personas. Fotografía propiedad de la familia Olvera Enciso.
Margarita Enciso Godínez (esposa de Héctor Olvera Ibarra), señora Mendoza (esposa de Jorge Jaspeado), persona no identificada, Petra Ramírez, Nahu Vargas (Naito, esposa de Enrique Perdigón), y Bernardo Olvera Enciso. Atrás de él está Oscar Irisar. Fotografía propiedad de la familia Olvera Enciso.
Vicente Peña Blancas, Miguel Peña Rupit, Ascencio Garay (Chencho Garay), y Ruperto Jaspeado. No se identificó a la jovencita de obscuro. Fotografía propiedad de la familia Olvera Enciso.
El niño de azul claro Roberto Antonio Huerta Olvera, Yolanda Olvera Enciso (esposa de Antonio Huerta Paniagua), Sofía Sánchez Bustamante, Josefina Bustamante Monroy (esposa de Pablo Sánchez), Alejandra Sánchez Bustamante, y una joven que no se identificó. Fotografía propiedad de la familia Olvera Enciso.
Jorge Ortiz, Jorge García Alcocer (el Pato García), en brazos Héctor Olvera Garcia, y Dalia García García (esposa de Héctor Olvera Enciso). Fotografía propiedad de la familia Olvera Enciso.
Margarita Enciso, Beatriz Jaspeado Mendoza, Agustín Mendoza, adelante de azul Ofelia Vargas (Ofelia Mendoza, esposa de Agustín Mendoza), atrás señora Mendoza (esposa de Jorge Jaspeado), y dos jóvenes que no se identificaron. Fotografía propiedad de la familia Olvera Enciso.
Genaro Mendoza, Ricardo Jaspeado (Chicalo), y dos jóvenes que no se identificaron. Fotografía propiedad de la familia Olvera Enciso.
Gil Fernández, Flavio Villarreal, y Efraín Bessie. Fotografía propiedad de la familia Olvera Enciso.
Sigfrido Mora Blancas (Chipilo), Emilio Garay, Ricardo Arellano Vega (el Güero Arellano), Gil Fernández, Ruperto Jaspeado, Alejandro Perdigón Vargas (Alex Perdigón), y Javier Perdigón Vargas. Fotografía propiedad de la familia Olvera Enciso.
Hincado: Marcos Peña Blancas; primera fila: José Luis Pérez, Sigfrido Mora Blancas, Ruperto Jaspeado, Jorge Ortiz, Ricardo Arellano, Mauricio Enríquez, Agustín Mendoza Vargas, Jorge García, Emilio Garay, Carlos Quintos de la O, Carlos Quintos, Gil Fernández, Héctor Olvera Ibarra (el Chief, el Jefe), Omar Jaspeado Martínez, y Jorge Jaspeado; arriba: Jorge Quintos de la O, Alejandro Pedigón, Flavio Villareal, Bernardo Olvera, Enrique García López, no identificado, no identificado, Javier Perdigón, Ricardo Jaspeado, y no identificado. Fotografía propiedad de la familia Olvera Enciso.
EPÍLOGO
En 1988, siendo presidente municipal de Texcoco Humberto Sánchez Tapia, organizó un baile “Blanco y Negro” (un baile de caballeros de traje, pipa y guante y damas de largo) en el Tinacal del Molino de Flores. Para ello, se pintaron las paredes del Tinacal, se arreglaron los, baños, se contrataron sillas, mesas, mantelería, platos, etcétera. Se colocó una pista de madera de tablones colocados de canto. Se adecuó una cocina y los platillos del banquete se introdujeron al gran salón por una puerta que está al costado derecho del altar de dicho tinacal. Hubo desde luego orquesta brindis, y otro etcétera más.
La respuesta de la sociedad texcocana fue bastante aceptable; se convivió y se divirtieron los que a ese elegante baile fueron. Fue todo un éxito. Sin embargo, por ser otro concepto diferente, no fue nunca ni cerca a aquellas convivencias familiares espontaneas y muy informales ya descritas atrás.
Todo cambia y todos cambiamos, nada es permanente y ni soñando es eterno. Así que, que queden estas letras como testimonio de una etapa muy significativa en la cotidianeidad de las añejas familias texcocanas. Que sepan sus descendientes y en general las nuevas generaciones que la convivencia, la diversión, la alegría, la amistad y demás –por así describir y comparar los escenarios– fueron diferentes a como actualmente son.
FUENTES DE INFORMACIÓN
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Cruces C., R. y R. Campos A. 2001. Hacienda Molino de Flores. Cuatro Siglos y Medio de Historia. 2001. Fotoprolith. Texcoco, Estado de México. 147 p. y anexos.
diainternacionalde.com. 2023 Día del Corpus Christi. Disponible en: https://www.diainternacionalde.com/celebraciones-religiosas/dia-corpus-christi
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AGRADECIMIENTOS
Agradezco a Carolina y Antonio García Catalán, por la información y las fotografías proporcionadas; al MVZ José Vargas García, por su información; a Isidoro Rodríguez Rey, por la información proporcionada sobre la fiesta del Molino y la localización del Dinamo y el sistema hidráulico que lo alimentaba; a Norma Eréndira Sánchez Velásquez, vecina de San Nicolás Tlaminca, por su información y la guía hacia la Casa de Máquinas; a Ernesto Sánchez Sánchez, Coordinador del Proyecto “Texcoco en el Tiempo”, por la información y las fotografías utilizadas en este ensayo; a Ana Lilia Gallegos García e Ignacio Peña Blancas, por su valiosa información; a Juan Manuel y Yolanda Olvera Enciso, por la información proporcionada y las fotografías de las Fiestas del Molino de Flores.